jueves, 19 de octubre de 2017

A LOS 50 AÑOS DE LA MUERTE DEL "CHE"

ARTURO ARDAO: “NUESTRO HOMENAJE A ERNESTO GUEVARA” (1967) / EDUARDO VÍCTOR HAEDO: “GUERRILLEROS DE ALMA” (1969) / JORGE ZABALZA: “EL CHE EN EL PARANINFO” (2017) / LUIS ECHAVE: BUSCAR DE MANERA PACÍFICA / ERNESTO CHE GUEVARA: “SIN DERRAMAR SANGRE, ESO ES LO IDEAL” (1961)


Ernesto Guevara y Eduardo Víctor Haedo





LO QUE NO MURIÓ CON GUEVARA
Agustín Courtoisie



El 9 de octubre de 1967 fue asesinado Ernesto Che Guevara. En octubre de 2017, a los 50 años  de su desaparición física, nos proponemos contextualizar ese acontecimiento con lecturas que se desmarcan de los convencionalismos al uso a favor o en contra, y  documentos históricos ignorados en buena parte de los textos conmemorativos de este mes de octubre.

Hay que dejar muy claro que no nos identificamos con la figura del Che Guevara por un desacuerdo profundo con sus métodos violentos elegidos para la transformación social, incluso si esa violencia es nada ante la de los poderes hegemónicos del mundo. La violencia no sólo lastima a muchos inocentes y genera miles de efectos no deseados ni esperados, sino que provoca daños irreparables en la propia conciencia moral de los revolucionarios.

El propio Ernesto Guevara comprendió cabalmente el horror de la guerra luego de iniciado un camino que ya no podía detener. Lo dijo con toda claridad en el Paraninfo de la Universidad, en Montevideo en 1961. No supimos escucharlo. Y no se trata de las manidas citas del primer tiro del fusil, o de su reconocimiento de  la libertad de prensa en el Uruguay,  fuera del contexto en que esas cosas fueron dichas.

Por eso incluimos al fin de este informe el audio completo de su discurso en el Paraninfo.

También el editorial memorable de Marcha (20/10/1967), “Nuestro homenaje a Guevara”, escrito hace 50 años por Arturo Ardao, que había pasado a ocupar la dirección del semanario por la temporaria ausencia de Carlos Quijano. Se trata de una verdadera pieza de antología.  

En esta misma actualización de Filosofismas puede conocerse un texto de Eduardo Víctor Haedo, herrerista de los de antes y anti imperialista, que ocupaba la presidencia del Consejo Nacional de Gobierno cuando la visita de Guevara al Uruguay y que para escándalo de los mediocres lo invitó a tomar mate y comer un asado. Según Haedo, el Che conocía bien y admiraba a Saravia y a Herrera. Por su parte, Haedo elogia a los tres como “guerrilleros de alma”.

Completan esta actualización del blog un artículo reciente de Jorge Zabalza, que refleja otra lectura de “El Che en el Paraninfo” y una entrevista con Luis Echave, que colaboró con esa visita histórica.

En nuestra perspectiva, lo que no murió con Guevara es su inesperada manera de pedir la paz y discurrir con lúcida emoción sobre los efectos indeseables del cambio violento, que incomodó mucho por entonces a ciertos sectores de la izquierda. En particular, en 1961, en el Uruguay, en el Paraninfo de la Universidad de la República [minuto 51:20 hasta 57:16 de su discurso] Guevara expresaba:

“No es necesario extremar la fuerza para lograr lo que uno persigue. La fuerza es el recurso definitivo que [le] queda a un pueblo. Nunca un pueblo puede renunciar a la fuerza. Pero la fuerza solamente se utiliza para luchar contra el que la ejerce en forma indiscriminada. Y nosotros… [aplausos] …Les podrá parecer extraño que hablemos así, pero es cierto. Nosotros iniciamos el camino de la lucha armada, un camino muy triste, muy doloroso, que sembró de muertos todo el territorio nacional, cuando no se pudo hacer otra cosa.

“Tengo las pretensiones personales de decir que conozco América. Y que cada uno de esos países en alguna forma lo he visitado. Y puedo asegurarles que en nuestra América, en las condiciones actuales, no se da un país, donde como en el Uruguay, se permitan las manifestaciones de las ideas. Se tendrá una manera de pensar u otra, y es lógico. Y yo sé que los miembros del gobierno de Uruguay no están de acuerdo con nuestras ideas. Sin embargo, nos permiten la expresión de estas ideas, aquí, en la Universidad, y en el territorio del país que está bajo el gobierno uruguayo. De tal forma, que eso es algo, que no se logra, ni mucho menos, en los países de América…  ustedes tienen [murmullos] algo que hay que cuidar, que es precisamente la posibilidad de expresar sus ideas, la posibilidad de avanzar por cauces democráticos… [alguien protesta] …hasta donde se pueda ir…

“La posibilidad, en fin,  de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que podamos ser todos hermanos, para que no haya la explotación del hombre o se mitigue la explotación del hombre por el hombre, ya que no en todos los casos se puede dar (inaudible por aplausos)... [pero] sin derramar sangre. Sin que se produzca nada de lo que se produjo en Cuba, que es [que] cuando se empieza el primer disparo, nunca se sabe cuándo será el último. Porque no hubo un último disparo el último día de la Revolución. Hubo que seguir disparando.  

“Nos dispararon, tuvimos que ser duros, tuvimos que castigar con la muerte a mucha gente. Nos volvieron a atacar. Nos han vuelto a atacar una vez más y  nos seguirán atacando. Y esa lucha  en esa forma tan enardecida, que a veces hasta divide incluso los miembros de una familia, naturalmente que permite una construcción rápida en el país. Naturalmente que hace que nuestro país marche a un ritmo terriblemente acelerado, pero también deja… una serie de secuelas que después cuesta curar. Y no es bueno, ni es bonito. Porque hemos tenido que hacerlo y no nos arrepentimos, naturalmente. Y creemos que lo que hemos hecho, lo hemos hecho respondiendo a la justicia. Pero si se puede hacer… [aplausos]   

“…pero si las aspiraciones del pueblo, esas aspiraciones del desarrollo económico, que son en definitiva las aspiraciones de bienestar, en cualquier forma que sea o quiera llamársela… si la aspiración del pueblo a su bienestar se puede lograr por medios pacíficos, eso es lo ideal [aplausos]”.

Lo que no murió con Guevara  fue la convicción de que lo ideal es hacer el cambio en paz, porque nunca termina la guerra. Mientras muchos recién se iban, el Che ya estaba de vuelta.

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NUESTRO HOMENAJE A ERNESTO GUEVARA
Arturo Ardao (1967)
No pertenecemos al partido político que fue el de Guevara, si es que Guevara perteneció, efectivamente, a un partido político. En todo caso, no somos comunistas. No lo somos, porque no somos marxistas-leninistas, en ninguno de los sentidos, estrictos o latos, con que hoy se usa esta expresión en el lenguaje político militante. Y no somos marxistas-leninistas, porque no compartimos el indivisible contexto de teorías y métodos, en plano nacional e internacional, que son propios del marxismo-leninismo.
Dicho quede lo anterior, sin perjuicio de consignar a la vez, nuestra deuda doctrinaria con los textos fundamentales, no sólo de Marx, sino del mismo Lenin, para la comprensión científica de los fenómenos de la sociedad y de la historia, y para la orientación política en el seno de las grandes realidades del mundo contemporáneo. El Capital de Marx, y El Imperialismo, última etapa del capitalismo, de Lenin, configuran una pareja bibliográfica de implacable objetividad analítica, que tiene, en el campo de las ciencias sociales, una significación equivalente, por ejemplo, a la que tuvo Sobre el origen de las especies, de Darwin, en el campo de las ciencias biológicas. No son ya patrimonio de una tendencia, escuela, clase social o partido político, sino conquista irreversible del pensamiento humano.
No siendo marxistas-leninistas, establecido está nuestro deslinde doctrinario con la revolución cubana, en cuanto revolución conducida, en teoría y métodos, por el partido comunista. Ese deslinde fue hecho formalmente por la sección editorial de esta hoja, cuando por primera vez Fidel Castro se declaró marxista-leninista y refundió sus propios cuadros políticos con los del tradicional partido comunista de la isla. Fue así, sin perjuicio de estar constantemente junto a Cuba en defensa de su integridad y soberanía ante la potencial o real agresión imperialista, en defensa de su derecho a darse el régimen político-social de su elección, y en defensa de las conquistas sociales y humanas de la revolución misma.
No siendo marxistas-leninistas ni ortodoxos de la revolución cubana, establecido está también nuestro deslinde doctrinario con la personalidad de Ernesto Guevara. Y sin embargo, el homenaje que ahora le rendimos, en la parte más escogida de nuestro corazón y de nuestra inteligencia, no es, simplemente, como puede ser el de muchos, la conmovida inclinación ante el holocausto heroico y resplandeciente por una causa que no se comparte. No. Porque la causa por la cual Guevara ofrendó generosa y valerosamente su vida, es nuestra causa, la causa de la liberación de los pueblos de la América Latina del yugo imperialista.
Muy por encima de las enconadas disensiones internas de las propias tendencias comunistas sobre las concepciones y tácticas de Guevara; muy por encima —aún— de las discrepancias entre comunistas y no comunistas, sobre la conducción de la lucha contra el imperialismo, esa epopeya impar que es la vida y la muerte de Guevara, constituye una de las más grandes e imperecederas glorias de Latinoamérica en la forja, incesantemente renovada, de su emancipación definitiva.
En estos últimos tiempos, y sobre todo ahora, con motivo de la desaparición física de Guevara, ha venido imponiéndose la expresión Segunda Emancipación, o Segunda Independencia. Su origen se remonta, por lo menos a la década del 30, y quien la usó de preferencia —si es que no fue además quien la acuñó— fue un también revolucionario argentino, que se nos presenta hoy, en la perspectiva del tiempo, y desde cierto punto de vista, como un verdadero precursor de Guevara. Una de las figuras más puras y ejemplarmente quijotescas, que hayamos conocido, el Teniente Coronel Roberto Bosch, jefe del célebre “Comando del Litoral” alzado contra la dictadura militar argentina, en las acciones, primero de Concordia y después de Paso de los Libres.
En marzo de 1937, exiliado, no por primera vez, en nuestro país, declaraba en nuestro periódico “Acción”, metamorfoseado después en Marcha:
“Los que nos avergonzamos de que no se pueda pensar libremente en un Estado libre; los que queremos ser algo en el mismo: elegir nuestros representantes y administradores, regir nuestra política exterior y nuestras instituciones fundamentales, realizar frente al imperialismo extranjero nuestra Segunda Independencia, ¡somos comunistas! Para ellos, no ser comunista es tolerar que el capital extraño explote nuestras riquezas, nos agobie detentando la deuda pública argentina, fiscalice el valor de nuestro peso fuera del interés nacional, se adueñe de las fuentes primarias de la producción y el trabajo argentinos, cotice los precios al arbitrio de directorios y por el interés de accionistas extraños, extienda la red poderosa de sus trusts ahogando la economía nacional. Para ellos, no ser comunista es acatar el hecho consumado de un gobierno ilegítimo, solidarizándose con el fraude, la coacción, el cohecho, el crimen, escarnecer el fundamento jurídico y social, y también cultural y político que inspiró a los constituyentes del Estado argentino”.
En el mismo año, o sea dos antes de la fundación de Marcha, estudiantes entonces, escribimos con Julio Castro un libro prologado por Quijano, cuyo último capítulo se titulaba: “La Segunda Emancipación”. En ese capítulo se hizo la reproducción íntegra de un documento fundamental en la historia del anti-imperialismo: el Manifiesto dirigido al continente, desde Río de Janeiro, a mediados de 1935, por el nombrado Roberto Bosch y nuestro legendario guerrillero Basilio Muñoz, respectivos jefes de las revoluciones populares contra las dictaduras argentina y uruguaya de la época. El Manifiesto terminaba así:
“Desde Río de Janeiro, lanzamos estas declaraciones al Uruguay, a la Argentina y toda Latinoamérica, a sus Universidades, a los miembros del ejército, a los trabajadores del campo y a los operarios de la ciudad, a sus nuevas generaciones y a los hombres de pensamiento, de acción y de altivez criolla, en la comprensión de que el problema de la hegemonía democrática, la lucha anti-imperialista en lo exterior y la antidictatorial en lo interior, es común a todo el continente latinoamericano. ¡Por la libertad política! ¡Por la Independencia Económica!”
¿Pero es bastante ese fondo de un tercio de siglo para explicar, comprender, valorar, y en definitiva juzgar, la gesta de Guevara? No. Es necesario, para todo ello, retroceder todavía mucho más lejos en la historia, hasta llegar —siglo y medio atrás— a la hora de la Primera Independencia y encontrarse, allí, con el nombre y la figura de Bolívar.
Un misterioso destino ha querido que ese universitario y guerrero argentino que fue el doctor comandante Ernesto Guevara, terminara la fulgurante parábola de su epopeya independentista latinoamericana de tres lustros, en Bolivia. En Bolivia, el país así llamado por aquel venezolano que, libertando pueblos de la patria única, recorrió el continente desde el Caribe hasta el Alto Perú. Y cerca, muy cerca, de Sucre, la ciudad así llamada por aquel otro venezolano nobilísimo, vencedor de Ayacucho, que gobernó en Bolivia después de haber gobernado en Ecuador.
Muy cerca de Sucre, la antigua Chuquisaca, donde nació Jaime Zudáñez, prócer de la independencia de Bolivia, Chile y Uruguay, y donde se graduaron aquellos otros dos —como Guevara— doctores argentinos, que se llamaron Mariano Moreno y Bernardo Monteagudo, el segundo de los cuales recorrió también América desde el Plata hasta el Caribe, en la faena de la emancipación, hasta caer en Lima inmediatamente después de formular un proyecto de Federación Hispanoamericana y de colaborar con Bolívar en la convocatoria del Congreso del Istmo.
Arriba, muy arriba de sectas políticas y dogmas de partido, ese destino misterioso que convoca junto a la de Guevara a tales sombras del pasado, encierra una clave: la del futuro libre de nuestra única Patria Grande, la América Latina.

FUENTE: Semanario Marcha Nro. 1375, 20 de octubre de 1967, Montevideo. “Ernesto Guevara, un libertador de América. Nuestro homenaje a Ernesto Guevara”, pág. 11.

NOTA DE A.C.: En ausencia de Carlos Quijano por un viaje a Europa, a partir del 14 de octubre de 1967, Arturo Ardao pasó a ejercer la dirección de Marcha  y  por ello estuvo a cargo del editorial sobre Guevara. Ver Semanario Marcha Nro 1374, 14 de octubre de 1967, pág. 8.



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GUERRILLEROS DE ALMA
Eduardo Víctor Haedo (1969)


El Che Guevara presidió la delegación de Cuba a la Conferencia de Punta del Este en agosto de 1961, siendo yo presidente del Consejo Nacional de Gobierno. En las cordiales entrevistas que entonces mantuvimos en mi casa en La Azotea me comunicó su concepción de la lucha planteada entre el capitalismo y el pueblo

El carácter universal que daba a ese encuentro y su resolución de definirlo por la violencia me impresionó. La fe que demostraba, la pasión limpia y generosa que lo animaba, trasmitidas con sencillez de expresión y ausencia de vanidad, conmovían. Bien se advertía que no se preparó para seductor de muchedumbres.

Su magnanimidad le daba sentido religioso, grandeza de cruzado. Para el interlocutor pasaban a segundo plano las posibilidades de ejecutar plan tan grandioso. La fascinación que producía, tenía su origen en una especie de iluminación que transformaba en sonrisa sus seriedades, en solemnes, sus silencios.

Me pareció entonces y me sigue pareciendo ahora, un Loyola al revés. Por su desapego de todo lo material y transitorio, su decisión de aniquilar al enemigo, la serena potencia de su brío, el temple denodado, a lo español.

Conocía al detalle la historia de los pueblos rioplatenses. Me sorprendió al verlo detenerse ante las estatuas de Saravia y de Herrera que hay en el parque. Cortésmente, insinué un comentario.

Me detuvo de inmediato:

“Usted no se imagina, presidente, cómo los conozco. De los dos, se mucho. En Córdoba, el padre de un compañero que no había estado nunca aquí, tenía una especie de museo con artículos y fotos de las guerras civiles del Uruguay, recortadas de la revista porteña ‘Caras y Caretas’ y de diarios argentinos. A menudo me leía y comentaba aquellos sucesos. Saravia lo entusiasmaba. Lástima, agregaba, que no venció…lo mataron como la reacción mata a los héroes, de cualquier modo. Yo, adolescente, le decía: “por eso hay que matarla primero y que no quede ni semilla”.

“Estaba en Montevideo cuando Herrera hizo un mitin al regreso de su campaña de 1950. Me quedó grabada su estampa y lo que más me sorprendió fue como se hacía entender por las masas. Parecía que ignoraba o despreciaba todos los recursos oratorios.

“No habrán sido ilusos”, le dije.

Contestó: “Eran guerrilleros de alma. Los dos son más útiles muertos que vivos a la causa de la liberación”.

Saravia, Herrera, el Che, guerrilleros de alma, más útiles muertos que vivos a la causa de la liberación. Esta identificación impresionante, hecha por el héroe de las juventudes revolucionarias de América, da a las nuevas generaciones la perspectiva adecuada para descubrir en el Che, en Herrera, en Saravia, en Artigas, la ascendencia de sus idealidades generosas, el rumbo cierto de una revolución auténticamente americana.
 

FUENTE: Eduardo Víctor Haedo (1969) Herrera, caudillo oriental. Edición de la Cámara de Representantes de la República Oriental del Uruguay, 1990. Montevideo. Nota al pie, páginas 38 y 39.


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EL CHE EN EL PARANINFO
Jorge Zabalza (2017)

Homenaje a Ana María Silva, Aníbal De Lucía, Carlos Muniz  y Washington Rodríguez Beletti

Entonces yo tenía 17 primaveras y era un paisanito buscando acomodo en la vida. Fidel, Camilo y el Che eran los héroes de la película que imaginaba vivir algún día, herederos de las historias de José Artigas y Aparicio Saravia, mis favoritos criollos de las epopeyas patrias.

Ernesto Guevara vino a la reunión del C.I.E.S en Punta del Este. Cuba fue el único país que cacheteó a los gringos y su Alianza para el Progreso, un malévolo recurso para la colonización. Varios insoportables se dedicaron a repudiar la presencia del Che Guevara. Benito Nardone dijo que se estaba haciendo un homenaje al ‘paredón’ y César Batlle Pacheco propuso ‘sacarlo de una oreja’.
Mi opinión se había formado escuchando a los personajes pueblerinos que hacían trastienda en la farmacia de mi tío Roberto, integraban la Comisión minuana de apoyo a la Revolución Cubana y ya habían logrado que Carlos Puebla y su ‘en eso llegó Fidel’ resonaran en las sierras de Minas.

Con la excusa de que disertara el desarrollo económico en América Latina, el tema debatido en el hotel San Rafael, la Universidad invitó a Ernesto Guevara. Mario Cassinoni, el entonces rector, escudó la invitación en la autonomía universitaria recientemente conquistada. Escándalo tremendo.

El 17 de agosto de 1961 a las 20:45, Guevara entró al paraninfo por la puerta de Tristán Narvaja. Un rato después el Che entabló el diálogo con la hipnotizada platea. El confuso sonido metálico de los altavoces quebraba en la explanada el reverente silencio de los varios miles que no pudimos entrar.

Ya había respirado anteriormente el ahogo de la muchedumbre que festejó el triunfo electoral del herrero-ruralismo (noviembre de 1958) y de la que despidió a Luis Alberto de Herrera en abril de 1959. Sin embargo, en el frío de esa noche invernal de 1961, por vez primera entré en comunión con el gentío que convirtió la avenida 18 de julio en templo de la Revolución. La misma pasión que seis años más tarde me conmovió hasta la médula cuando, al influjo de la voz tonante de Fidel, un millón de personas despedimos al guerrillero heroico en la Plaza de la Revolución.

Desarrollo y planificación

Atrapado por el clima que lo rodeaba, sin muchas vueltas, Ernesto Guevara fue directo a la almendra. Afirmó que el real desarrollo económico de Cuba sólo pudo ser después de la reforma agraria y la estatización de las industrias y los bancos, “el desarrollo económico impetuoso de los pueblos se logra cuando éstos pueden expresarse a través de las instituciones políticas directamente, a través de la conducción de sus fábricas y de todos sus medios de producción”[1]. Desarrollo económico es desarrollo de vida digna de un pueblo que se hizo dueño de sí mismo luego de [vencer] al ejército de Batista y de liberar la economía de los caprichos de los mercados. De otra manera el mentado desarrollo queda en simple crecimiento de las rentas de la clase propietaria, aunque se lo pretenda disimular con cifras y versos macroeconómicos.

El desarrollo sólo puede lograrse si es planificado, “la real planificación, la planificación de todos los medios de producción del país, solamente se puede hacer con dos condiciones básicas: que los trabajadores hayan conquistado el poder político, como fundamental, y la otra es que sean los dueños de los medios de producción". 

Sin embargo, para Guevara no eran suficientes esas condiciones: “Nosotros llamamos solamente planificación cuando todos los trabajadores, todos los obreros en las fábricas, los campesinos en las cooperativas, los trabajadores de todo tipo pueden discutir los planes, discutirlos una y otra vez, analizarlos, desmenuzarlos, y aprobarlos en asambleas de producción”. Para construir el mundo de la dignidad la gestión de la política y la producción debe ser ejercicio directo de poder popular, sin burocracias intermediarias que se arroguen la representación del pueblo.

Una participación popular que “en condiciones de países capitalistas es muy difícil, los obreros no quieren discutir con el patrón ni les interesa aumentar la producción para que aumenten las ganancias del patrón, y el patrón tiene miedo a los obreros”. 

También es cierto que tampoco hubo participación directa en países que se decían socialistas. A los trabajadores no les interesaba discutir con los estalinistas que, por su parte, tenían mucho temor a abrir las compuertas de la autogestión y el poder popular. El desarrollo económico y el entusiasmo por participar directamente fue una consecuencia de la entrada en revolución del pueblo cubano.

Entrar en revolución

“Porque los pueblos pueden hacer realizaciones enormes cuando están llevados por la llama revolucionaria, cuando están en una situación especial de su historia, cuando todas las pequeñas satisfacciones de la vida diaria se pierden, se transforman y se nota un cambio cualitativo en el pueblo que entra en revolución. Martí llamaba a eso ‘entrar en revolución’.

“Ya no importan las horas de trabajo, no importa lo que se vaya a ganar, no importan los premios en efectivo, lo que importa es la satisfacción moral de poder contribuir al engrandecimiento de la sociedad, la satisfacción moral de estar poniendo algo de uno en esa tarea colectiva y ver como gracias a su trabajo, gracias a esa pequeña parte del trabajo individual, que se junta con millones de trabajo individuales, se hace un trabajo colectivo armónico, que es el reflejo de una sociedad que avanza.

“Ése es el espíritu que hoy hay en nuestro pueblo. Es el espíritu de un pueblo que se ha descubierto a sí mismo, como todos los pueblos en revolución”.

Las dudas surgen de inmediato en estos tiempos de paños fríos, ¿los pueblos latinoamericanos podremos alguna vez “entrar en revolución”? ¿descubrirnos a nosotros mismos y adueñarnos del poder político y de los medios de producción? Lo cierto que los actuales discursos de izquierda están orientados a adormecer las pasiones revolucionarios, todos ellos, en sus diferentes versiones, hacen la apología de las formalidades vacías de democracia, solamente se proponen encubrir los cotidianos y despiadados rebencazos a lo Itapebí.

Dos de cada tres niños montevideanos viven en los asentamientos cuyo control político ejerce la guardia republicana. Ocupó Casavalle durante una semana pese a que el ministro de la policía reconoció que el tiroteo entre bandas duró apenas un minuto. ¿Cuál es la finalidad de segregar la pobreza en territorios dominados por la policía, cuya población pide más patrullaje? El progresismo conciliador apunta a disciplinar cimarrones y a desalentar resurrecciones. Con el mismo objetivo, los “actores” del espectáculo “político” entretienen y divierten a sus víctimas, peleándose a quién es más democrático, ético y transparente. Con gracia sin igual, los filósofos de feria inducen en los miserables la idea de que su brutal realidad sólo puede ser cambiada mediante el voto quinquenal, delegando el poder en parlamentarios, ministros y jueces.

Ni siquiera los defensores de oficio en las redes sociales pueden impedir que esa brutal realidad -abundo en el uso del término- vaya decantando en las conciencias y la lucha de clases termine por horadar hegemonías y encantamientos. La película del progresismo ya la vivimos en el Uruguay Batllista. En los manuales sagrados no está escrito que los pueblos deban entrar en revolución,  pero, sin embargo, cada tanto lo hacen. Después de todo, hoy se levantan en Cataluña los nietos de los republicanos fusilados por los franquistas. ¡Vaya a saber que deberán hacer nuestros nietos!

“Hasta donde se pueda ir”

Guevara era muy poco dogmático acerca del uso de la violencia revolucionaria. Distaba de prescribir la lucha armada como solución mágica. Señaló que “si las aspiraciones del pueblo, esas aspiraciones de desarrollo económico que son, en definitiva, las aspiraciones de bienestar en cualquier forma que sea y como quiera llamársela, la aspiración del pueblo a su bienestar se puede lograr por medios pacíficos, eso es lo ideal y eso es por lo que hay que luchar”.

Es el problema fundamental de la teoría revolucionaria. Alienados que sólo ven el mundo deformado por las pantallas, la mujer de pueblo, el hombre de pueblo, desearían de corazón que las revoluciones necesarias ocurran mientras ellas y ellos toman mate bajo la sombra de los transparentes. ¿Cómo hacerlos entender la necesidad de hacer la revolución? ¿Cómo contribuir a que superen por sí mismos el estado de alienación y pasividad? Mientras tanto, los revolucionarios no pueden romper todas las vitrinas como un elefante en el bazar. Los tiempos de paños fríos son tiempos de batalla de ideas.

El poder ejecutivo colegiado -la marca en el orillo de la Suiza de América- estaba muy desconforme con el recibimiento dado a Ernesto Guevara por la Universidad. El mismo 17 de agosto el gobierno hizo pública una declaración que decía: “El Consejo Nacional de Gobierno establece que no estima ajustado a las reglas de la hospitalidad diplomática otorgada a quienes participaron en una reunión de carácter internacional, el intervenir dentro del país, de evidente sentido político”. El texto pudo ser más contundente, pero su redactor, el consejero Héctor Paysé Reyes, debió conciliar entre el fascismo de Benito Nardone, vinculado a las bandas que ya operaban en Uruguay, y el nacionalismo de cuño herrerista, no menos reaccionario, pero todavía embanderado con el principio de autodeterminación. 

La polémica entre los partidos gobernantes estalló cuando Eduardo Víctor Haedo, presidente de la república por ese año, invitó al Che a tomar mate en su chalé. Las fotos dieron vuelta el mundo. El Uruguay parecía un paraíso de amplitud y tolerancia.

Para no comprometer a los organizadores de esa noche, que sabía histórica, el Che debió ser muy cuidadoso al tocar la realidad política del Uruguay: “se tendrá una manera de pensar u otra, y es lógico, y yo sé que los miembros del gobierno de Uruguay no están de acuerdo con nuestras ideas. Sin embargo, nos permiten la expresión de estas ideas aquí, en la Universidad y en el territorio del país que está bajo el gobierno uruguayo. De tal forma que eso es algo que no se logra ni mucho menos, en los países de América”.

Era la careta de derechos y libertades que Uruguay mostraba al exterior. Pocos años antes, en 1958, Raúl Sendic, inmerso en la lucha de los trabajadores del campo, había señalado que las fauces del fascismo asomaban tras esa careta apenas calentaba la lucha de clases[2]. Guevara no tuvo acceso a esta visión tan particular de la realidad uruguaya, que tan sólo dos años después provocaría la expropiación de los fusiles del Tiro Suizo y el comienzo de todo.

Guevara recomendó que “ustedes tienen algo que hay que cuidar, que es, precisamente, la posibilidad de expresar sus ideas; la posibilidad de avanzar por cauces democráticos hasta donde se pueda ir; la posibilidad, en fin, de ir creando esas condiciones que todos esperamos algún día se logren en América, para que no haya explotación del hombre, ni siga la explotación del hombre por el hombre”. El término clave es “hasta donde se puede ir”. 

Advertía que el avance por cauces democráticos debe detenerse antes de la conciliación de clases. Ni un metro de más. ¿Acaso alguien puede creer que el Che vino a oficiar de bombero? La línea roja se ubicaba mucho más acá de lo que pensaban los partidos tradicionales de la izquierda. Fueron tan herejes los tupamaros que desarrollaron operaciones guerrilleras que la gente aceptó cuando todavía regían las formalidades de la democracia burguesa.

Al salir Guevara de la Universidad, la realidad mordió las conciencias: un grupo fascista lo atacó y asesinó al compañero Arbelio Ramírez. Parecía detonado el primer disparo de la confrontación que caracterizó la siguiente década, era urgente organizarse para enfrentar la ofensiva que vendría.

“El recurso definitivo”

“La fuerza es el recurso definitivo que le queda a los pueblos. Nunca un pueblo puede renunciar a la fuerza, pero la fuerza solamente se utiliza para luchar contra el que la utiliza en forma indiscriminada”. La violencia ocupó un lugar central en el pensamiento de Ernesto Guevara -varios de sus libros y artículos se dedican al arte de la guerra- pero ese aspecto hoy está ausente del análisis de sus ideas. Parece que no hubiera sido un comandante guerrillero y que fue a Bolivia a leer libros y escribir un diario personal.

El uso cotidiano de la violencia para someter justifica de por sí el empleo del recurso definitivo de los pueblos. Siempre fue así, o ¿contra qué se rebelaron Jesús y Espartaco? ¿en reacción a qué fue la Revolución Francesa? ¿Eran una fiesta las “mitas” y “encomiendas” o Tupac Amarú y Tupac Katari se rebelaron contra una forma de esclavitud?

El “Estado de Derecho” es, en realidad, un estado de terrorismo de baja intensidad, ¿dónde está Julio López? ¿dónde está Santiago Maldonado? ¿quién asesinó a Ronald Scarzella? ¿y a Fernando Morroni y Roberto Facal? ¿Cuál es el mensaje del ejército brasilero al ocupar las favelas de Río de Janeiro? ¿o el del Ministerio de Policía que ocupa durante una semana el barrio Casavalle para reprimir un tiroteo que duró un minuto? La idea es convencer a la población de que, por muchas libertades que les dejemos disfrutar, “seguimos estando”, continuamos vigilantes, dispuestos a torturar otra vez, a violar, asesinar y desaparecer más gente.

Ese terrorismo cotidiano, que no siempre necesita del rebenque, engendra una bronca subterránea que lucha por salir a la superficie de la pasividad. Su existencia fundamenta la teoría guerrillera de Ernesto Guevara. Aunque el espíritu insurreccional se manifieste en la militancia mucho antes que las grandes mayorías populares, retraso que explica la existencia de vanguardias, la diferencia es apenas una cuestión de tiempos. Para Guevara, la instalación de un foco guerrillero -que no es foquismo- creaba condiciones que hacían posible que las broncas salieran del pecho de las clases populares y se transformaran en fuerza incontenible.

En 1961 la percepción expresada por Raúl Sendic en “El Sol” no tuvo eco popular pues era mucha la distancia entre ambos grados de consciencia y rebeldía. Raúl fue un ´precursor. En cambio, en 1969, a dos años del asesinato del Che Guevara, la derrota en la toma de Pando -tres compañeros asesinados y veinte capturados- pudo transformarse en crecimiento masivo del MLN (T), porque la conciencia de varios sectores estaba muy próxima a la del movimiento revolucionario. Los tupamaros desperdiciamos ese potencial con formas militaristas de acción.


[1] Todas las citas del discurso de Guevara están tomadas de la pág. 587 y sgs. De la compilación ‘Para dar vuelta el mate’ de Asdrúbal Pereira Cabrera, Rumbo Editorial, Montevideo, julio de 2011.
[2] Raúl Sendic. Semanario ‘El Sol’ 7 de febrero de 1958. Montevideo.

FUENTE: Semanario Voces, 12/10/2017. http://elmuertoquehabla.blogspot.com.uy/2017/10/el-che-en-el-paraninfo.html  Este artículo fue reproducido en Filosofismas con la autorización expresa de su autor

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ENTREVISTA A LUIS ECHAVE
Roberto Pereira y Carlos Hakas

– ¿Cuál era el concepto de él?
– El concepto  era que para lograr los objetivos que se planteaban, se podrían buscar de manera pacífica y que eso era lo que había que intentar, en referencia obvia al Uruguay. No estaba hablando del mundo en general.
 – Tiene muy en cuenta la historia uruguaya.
– Sí, por supuesto.  Lo mismo que hizo Fidel cuando estuvo en el ’59.  Fidel también tomó la misma delicada precaución.
 – O sea que no decían cosas genéricas …
– No ¡si habrá sido importante esa frase tan colocada en el discurso que fue la  que más se recordó  y que más se citó a posteriori y que más situaciones de riesgo provocó.
 – ¿Hubo gente de izquierda a la que no le gustó eso, que no coincidían?
– Por supuesto.
 – ¿En qué no coincidían?
–   Sobre todo, los que estaban convencidos que la vía armada era la única solución para el Uruguay.


FUENTE:  Entrevista completa en La Onda Digital http://www.laondadigital.uy/archivos/24107


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https://www.youtube.com/watch?v=q8NLD3RlrN4