NELSON FREDY PADILLA
/ ANÍBAL CORTI / CÍRCULO DE PERIODISTAS DE BOGOTÁ / JULIO ALONSO /
MANUEL LÓPEZ / ANAS AREMEYAW ANAS / AGUSTIN COURTOISIE
Fotografía de Kevin Carter, Premio Pulitzer 1994
A 20 años de la famosa foto de Carter, parecen haber surgido algunas rectificaciones. La niña resultó ser un niño, el niño sobrevivió aunque murió años más tarde y no estaba agonizando en el momento de la foto sino haciendo sus necesidades. Es probable que si se profundiza la investigación se encuentren más vueltas de tuerca. Remontemos a un plano más general. El periodismo en zonas de conflicto plantea con gran
fuerza ciertos dilemas. Pero, en realidad, esos dilemas los enfrenta también
todo tipo de periodismo: ¿Ayudar o informar? ¿Informar sin pensar en las
consecuencias? Aquí comparto algunos textos esclarecedores. Si tuviera que seleccionar
apenas dos, me quedo con el de Julio Alonso y el de Aníbal Corti.
PARA
ESPANTAR BUITRES
Agustín Courtoisie
Dejo sobre esta pizarra algunos puntos para pensar
después, con la gente. Los describo apenas, los enumero, con la esperanza de
que aún así serán útiles para analizar mejor el dilema del niño y el buitre, o
situaciones emparentadas. Estos son temas donde es fuerte la tentación de sentenciar,
en vez de argumentar con fundamento. Elimino en esta versión las referencias bibliográficas
y los nombres de autores dentro de lo posible, dada mi confianza en la taquigrafía
reflexiva.
Argumentos
para no ayudar:
a) Temor por la propia seguridad o incluso la propia
vida (esto opera como un fondo emocional y no suele ser reconocido en forma
expresa).
b) Especificidad de la tarea, profesionalidad,
preparación técnica: “Soy un periodista, no un enfermero, ni un negociador
experto en crisis”. A veces este argumento reviste la forma de la “obediencia
debida”: el medio para el que trabajo me envió allí para informar y no ayudar.
c) Las personas que parecen estar sufriendo podrían
ser trampas para asaltarme, capturarme, matarme. Variante más sofisticada del
argumento (a).
d) No tiene sentido pensar en ese tema antes de que
se produzca la situación. Nadie sabe qué hará realmente cuando se enfrente de
hecho ante circunstancias conflictivas.
e) Cada uno tiene su ética o sus propias ideas de si
debe ocuparse de los demás o no.
Argumentos
y precauciones para ayudar:
a) No es posible
argumentar ante un psicópata que aduzca el último punto del tramo anterior. Ni
ante personas inmaduras en lo afectivo, o paralizadas por el temor. Todo este
punteo en la pizarra, toda esta taquigrafía filosófica, pretende refinar la
moral de la cual ya es portador el lector (Carlos Vaz Ferreira, en las “Consideraciones
previas” de Moral para intelectuales,
1909). Pero no pretende generar moral con meras palabras ante quien se escude
en un relativismo dogmático, sea éste producto de una verdadera indiferencia o de
un disfraz para el temor. Algo importante: estas cuestiones no solamente son de pensar sino de sentir, pese a que la ética emotivista no cuenta muchas adhesiones hoy, especialmente en la academia (con excepciones como las de Francis Fukuyama, Franz de Waal, Jonathan Haidt y algunos otros).
b) Aunque nadie pueda garantizar qué va a hacer en
situaciones semejantes, parece aconsejable tener un plan pensado de antemano, e
intentar cumplirlo (de modo similar al diseño de protocolos para las
emergencias médicas).
c) Existe una relación entre la tendencia a ayudar a
una persona en dificultades y la escala y calidad del espacio físico y social (urbano/
rural, con todas sus gradaciones) donde el episodio ocurre. Es decir, existe
evidencia empírica que el comportamiento no depende de las supuestas
características de “cada persona”, sino de dónde
esté esa misma persona (Philip Zimbardo). En pueblitos hay tendencia a ayudar
más que en las grandes ciudades (James Vander Zanden, Elliot Aronson). Una
variante más sofisticada de lo mismo es evaluar la calidad de las reglas del
espacio institucional, ya se trate de organizaciones o naciones enteras (Acemoglu
y Robinson).
d) Debemos confiar en el “tercer lado” (William Ury).
Si se trata de una pelea entre dos o más individuos, los contendores ceden ante
un grupo más grande que busque disuadirlos, o ante personas cuya autoridad se
reconoce por algún motivo. Claro que una comunidad o una sociedad determinada puede
poseer o no el hábito de esperar el tercer lado.
e) Muchos relatos de gestos nobles o heroicos, tanto
como de casos de extrema crueldad, son leyendas urbanas, habladurías, rumores, las
más de las veces exageraciones cuando no burdas mentiras (Levitt y Dubner, “Historias
increíbles de apatía y altruismo”, cap. 3 de Superfreakonomics,
2010). El artículo de Manuel López recomendado líneas arriba parece revelar que la niña resultó ser un niño, que además sobrevivió aunque murió años más tarde, y que no estaba agonizando sino haciendo sus necesidades. Es probable que si se profundiza la investigación se encuentran más vueltas de tuerca. Suele enfatizarse y “dar color” a todo aquello que parece salirse del
promedio gris, psicológicamente es comprensible y humano. Pero los medios
masivos tienden a mostrar de modo intimidatorio, desproporcionado o descontextualizado,
ciertos actos de crueldad, o de presunta crueldad, bajo la apariencia de un gran número de casos. Por el contrario, el
heroísmo tiende a presentarse como minoritario, excepcional, no propio de
personas comunes, y a veces se lo muestra para realzar el contraste con las
presuntas maldades de la mayoría de las personas en tiempos en que, supuestamente,
“hemos perdido los valores” . Es obvio que la generosidad natural de la mayoría
de las personas no es tan entretenida como el egoísmo, la violencia, los
desbordes en las canchas o en las calles.
f) Para ayudar de modo responsable, e incluso para
decidir si es pertinente hacerlo, es preciso respetar la proporcionalidad de la intervención con el problema.
g) A veces se puede ayudar no echando más leña al
fuego. Por ejemplo, esperando a la policía, o incluso, si hay vías evidentes más
pacíficas de resolución del conflicto, no llamando a la policía, o a los responsables
institucionales del eventual uso de la fuerza. En otros casos, no hay que
intervenir de modo personal sino acudiendo a quienes pueden hacerlo con mayor legitimidad
para las partes, o para una de ellas.
h) La lectura o interpretación de una situación como
conflictiva, de cara a decidir intervenir o abstenerse de hacerlo, requiere
como requisito previo tener la certeza de que se trata de aquello que creemos
que se trata. La psicología social enseña que la “definición de una situación” es el significado que las personas otorgan a
ciertas circunstancias inmediatas. Y existe el peligro de urdir sin querer una “profecía” que tiende a
cumplirse en forma perversa. Si la definición de una situación es errónea,
pueden convertirse en verdaderas algunas de sus consecuencias. Alguien va a
morir o ser lastimado realmente si
respondemos con violencia ante una percepción errónea. Ha ocurrido en Uruguay
varias veces. Por ejemplo, un abuelo mató a su nieto creyendo que era un ladrón
que trepaba por el muro de la casa. Un padre mató a su hija al interpretar su
silueta como la de un copador. Un joven empleado tomó a golpes de puño y patadas
a un marginal, vulnerable por su condición psicofísica, acusado de haber
intentado forzar la ventanilla de un auto, sin tener la certeza de que ello así
fuera.
Comparto estas reflexiones a la espera de seguir
pensando con otros en filosofismas,
es decir, al filo del sofisma, asumiendo de antemano la precariedad, la
provisoriedad y el posible error en aquellas, o en algunas.