miércoles, 1 de noviembre de 2017

LIBROS POR EL BIEN COMÚN

BRUNI & GREVIN: La economía silenciosa (2017) / CHRISTIAN FELBER: La economía del bien común (2014) / BRUNI & CALVO: El precio de la gratuidad (2009) / AGUSTÍN COURTOISIE: “¿Hay otro capitalismo?”









¿HAY OTRO CAPITALISMO?
Agustin Courtoisie

En su libro ¡Crear o morir! (2014) el periodista Andrés Oppenheimer entrevistó a Muhammad Yunus, creador del Grameen Bank, que se hizo célebre por conceder microcréditos para personas de bajos recursos de manera sustentable. Ese talentoso empresario declaraba entonces:  “Yo les digo a los empresarios que en vez de regalar dinero lo inviertan en un negocio social, para que ese dinero haga el mismo trabajo social que cuando uno hace una donación pero que se recicle. En obras de caridad el dinero sale,  hace un gran trabajo, pero no vuelve”.

Esta  perspectiva es implícitamente crítica con las concepciones tradicionales de Responsabilidad Social Empresarial, que tienden a hacer caridad (o marketing del buen corazón) cuando la plata sobra. Pero eso no siempre ocurre y en todo caso es un gesto voluntario, por fuera del núcleo del negocio. En cambio, los “negocios sociales” instalan  la responsabilidad con la sociedad en el centro mismo de la empresa. Al igual que el Grameen Bank, es similar el enfoque de Beatriz Pellizari, que diseña ropa para discapacitados con su empresa Amagi y siguiendo el ejemplo de Yunus dice que es una “empresa social”: tiene fines de lucro, paga sueldos pero no tiene repartos de ganancia. Se reinvierte en el negocio para hacerlo crecer y genera cadenas de valor con otras empresas sociales.

Los ejemplos de emprendimientos sociales podría multiplicarse: el portal Duolingo del guatemalteco Luis von Ahn permite aprender varios idiomas de forma gratuita, pero los estudiantes al mismo tiempo generan traducciones mejores (a través de la inteligencia colaborativa) que las de muchos traductores públicos y ello permite sustentarlo (Oppenheimer, 2014, págs. 245-277).

En un sentido que sugiere fronteras o vínculos con la filosofía social e incluso la economía política, las llamadas economías del bien común han sentado precedentes interesantes a través de ciertos libros que vale la pena conocer. Si el lector busca contenidos adultos en literatura sobre empresas, que con demasiada frecuencia adopta el tono de los libros de autoayuda o adhiere a pasajeras modas de la psicología y los recursos humanos, un buen ejemplo de rigor académico lo constituye La economía silenciosa. Economía de comunión, empresas y capitalismo (Ciudad Nueva, 2017) de Luigino Bruni y Anouk Grevin. 

Conviene aclarar desde el vamos que no se trata de piadosos partidarios de utopías: “Actualmente son muchos los intelectuales que sueñan una sociedad liberada de los mercados, de las empresas, de los bancos, para volver a una economía de subsistencia (…) Nosotros no pertenecemos a esa escuadra de detractores de la economía de mercado, porque pensamos que no se puede imaginar una buena sociedad sin economía, sin una buena y justa economía” (pág. 244). Repárese en el matiz del final de la frase: “sin una buena y justa economía”.

Su punto de partida es inequívoco: “Las empresas y los mercados son las formas de cooperación más altas y grandes que la humanidad ha generado en la historia. Y cuando pensamos en la economía, mientras vemos los daños que ella produce en el ambiente y a menudo también en las personas más frágiles, no tenemos que olvidar nunca el espectáculo extraordinario de creatividad y de excelencia que ofrecen las empresas  y la vida económica” (pág. 243).

Las cuatro economías


De los muchos aportes de La economía silenciosa de Bruni y  Grevin, señalemos primero su cuidadosa tarea para distinguir casos y su capacidad de no incurrir en inadecuadas generalizaciones. Otro aporte sustancial reside en su defensa, dentro del enorme abanico de opciones, de un nuevo tipo de empresa: la “empresa de comunión”. Dentro de esta perspectiva no se separa la moral de la vida de la empresa. Los autores advierten con sagacidad que hay una contradicción en los discursos de la “eficiencia” que pretenden divorciar esas dimensiones pero que luego no tienen más remedio que reincorporar ciertos elementos morales cuando sus líderes motivan al personal.

Es  entonces cuando utilizan “palabras típicas del ámbito familiar, de los amigos, del registro de los ideales, de la ética de la espiritualidad”. En particular, “se habla de estima, de mérito, de respeto, de pasión, de lealtad, de fidelidad, de excelencia, de reconocimiento, de comunidad, muchas palabras que activan en las personas las dinámicas aprendidas en la vida privada y familiar” (pág. 162). Es decir, se echa en la teoría y por la puerta principal la dimensión ética y social, que reingresa luego alegremente por la ventana de la práctica de todos los días.

Bruni y Grevin explican muy persuasivamente que existen cuatro  “economías distintas” que debemos saber identificar, “por más que quien diseña el erario, los incentivos, las políticas industriales siga pensando que el capitalismo es uno solo” (pág. 17).  La primera está compuesta por grandes empresas como bancos, aseguradoras, fondos de inversión. Estas organizaciones suelen vincularse a actividades fuera de la ley y eligen bien los lugares donde poner la sede fiscal. “Este capitalismo produce también balances sociales pintados, crea eficientes organizaciones filantrópicas, apoya con dosis homeopáticas de sus ganancias incluso la investigación científica y social; pero su finalidad, la única finalidad que las mueve es ganar todo el dinero posible en el menor tiempo” (pág. 17).

Un segundo tipo de capitalismo es el de “las empresas familiares, fábricas industriales, artesanales y muchas agrícolas” (pág. 18). Un hecho esencial es que “detrás del proyecto de la empresa hay aquí la presencia concreta de una persona y de una familia, que marca una diferencia  radical con el primer capitalismo” (ibídem). No se trata de que este segundo tipo de organizaciones siempre se gestione bien o respete siempre  lo ético o lo legal. Pero es otra cultura la que las anima: “la presencia de una familia al frente de una empresa es a menudo garantía de que los propietarios están interesados en durar en el tiempo” (pág. 19).

Después viene el llamado “tercer sector”: “Es la economía cooperativa y social, de las organizaciones sin fines de lucro, de la finanza territorial y ética, de muchas obras educativas y asistenciales generadas por carismas religiosos, y de todo ese pulular de actividades económicas de la sociedad civil organizada. Es la economía que florece por ideales más grandes que la economía” (ibídem). Estas dos últimas formas de capitalismo son las que “más están sufriendo por el deterioro del capital de virtudes civiles de los fundadores, por la desaparición de saberes artesanales, marinos, campesinos, y de su típica inteligencia y excelencia. El primer capitalismo, en cambio, crece muy bien en los terrenos empobrecidos de humus civil” (págs. 19-20).

Por último una cuarta y novedosa forma de capitalismo es la de la “economía del compartir” (sharing economy) que busca financiarse a través del crowdfunding de la red. “Es el trabajo  que está naciendo en el variado mundo del consumo crítico, con mucha agricultura biológica de última generación, donde  cada vez con más frecuencia el empresario agrícola suele ser una mujer joven, profesional, que habla cuatro idiomas y comparte su tiempo entre el cuidado de la empresa y vuelos internacionales” (pág. 20). Pero ya no es tan fácil reconocer las múltiples formas de esta cuarta modalidad,  vinculada  al arte, a los bienes culturales, a la música o al cuidado de “antiguos molinos de agua restaurados para producir energía, que crean trabajo, democracia y soberanía energética” (ibídem).

Toda la descripción de esas cuatro formas diferentes de “economía”, que nosotros habríamos denominado “organizaciones” distintas dentro del capitalismo, apenas es un preámbulo para presentar el núcleo duro de la propuesta  de los autores:  la “economía de comunión”. Ellos mismos señalan que podrían haberse mencionado también otras “economías”. Por ejemplo: la economía criminal, la economía sumergida, “y sobre todo la pública, que en Italia sigue siendo protagonista importante de nuestro sistema –demasiado a menudo calificada siempre y solo como ineficiente, a menudo víctima de las ideologías más que de las cuentas del balance–” (pág. 20).

¿Qué es la RSE?

Procuremos retirarnos por unos segundos de esos detalles para obtener una visión más general.
Las definiciones de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) o Responsabilidad Social Corporativa (RSC) varían de un autor a otro, o de un ámbito institucional a otro, entre los países y en función de las diversas culturas, pero la mayoría de las nociones involucradas son convergentes o complementarias: la búsqueda del “triple resultado” económico, social y ambiental.

Por ejemplo, el “Libro Verde” de la Comisión de la Unión Europea, Fomentar un marco europeo para la responsabilidad social de las empresas (2001) fue un hito en esa dirección. Según Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, ese documento buscaba encarar en forma simultánea un “triple balance económico, social y medioambiental que permitiera el avance en paralelo del crecimiento económico, la cohesión social y la protección del medio ambiente”.

Por su parte, la Organización Internacional del Trabajo: “La responsabilidad social de la empresa (RSE) es el reflejo de la manera en que las empresas toman en consideración las repercusiones que tienen sus actividades sobre la sociedad, y en la que afirman los principios y valores por los que se rigen, tanto en sus propios métodos y procesos internos como en su relación con los demás actores. La RSE es una iniciativa de carácter voluntario y que sólo depende de la empresa, y se refiere a actividades que se considera rebasan el mero cumplimiento de la legislación” (OIT, 2006).

Para  quienes se acercan por primera vez a estos temas, tanto como para quienes los retoman después de dilatados períodos de lecturas sobre ética empresarial y modelos políticos, las variantes, las denominaciones y los pretendidos matices clasificatorios,  resultan todos un tanto bizantinos. Por ejemplo, se ha afirmado: “Los ‘amigos’ clásicos de la economía del bien común son la economía solidaria, el bien comunal (‘commons’), la democracia económica, la subsidiariedad económica, la economía del don (o economía del regalo) o la economía de decrecimiento, sólo por nombrar algunos” (Felber, 2014, pág. 17). Agrega el mismo autor con mucha sensatez: “No tendría ningún sentido que se impusiese un modelo sobre los demás” (ibídem).


¿A qué apuestan?

En realidad, lo que distingue a todas las experiencias organizacionales innovadoras respecto del modelo de lucro minoritario y propiedad privada a rajatabla, es la formidable apuesta a un cambio cultural. Transformación ésta de alcance antropológico y social que es a la vez una pre-condición del eficaz funcionamiento futuro  y un generador incremental de nuevas cosmovisiones de los vínculos humanos.

Ese énfasis culturalista –en un sentido no excluyente de la dimensión legal o de las reglas de la economía–, es destacado en forma adecuada por el doctor en filosofía Carlos Hoevel (UCA, Argentina): “En tal sentido, las sociedades prósperas en el largo plazo son aquellas basadas en amplios círculos de relaciones de reciprocidad en las que los individuos arriesgan o donan algo de lo suyo –en especial su confianza- con la expectativa de que quienes reciban el favor, volverán a repetir la misma operación con otros y, finalmente, esta dinámica terminará también favoreciendo al propio donante, quien se siente parte de esta suerte de ‘cadena de favores’ formada por los acciones recíprocas de todos los miembros de la sociedad, no al modo de una campaña de acción colectiva o solidaria planificada, sino en la manera espontánea y cotidiana de una práctica habitual” (Hoevel, 2015, pág.  11).

Hoevel es elocuente cuando señala el núcleo duro de esta idea, enrarecida un poco por la terminología pintoresca si se la mira desde el ámbito de la administración  o la contabilidad (“don”, “regalo”, “reciprocidad”, “cadena de favores”).

Acá lo que hay, en el fondo, es una cuestión de cultura y de valores de una sociedad: “Hablar de una ‘economía del don’ puede de esta manera interpretarse en dos sentidos fundamentales. Por un lado, como las relaciones de confianza, reciprocidad y donaciones estrictamente entendidas que existen dentro de la economía e incluso, en medio de las relaciones de mercado. Por otro lado, en un sentido mucho más amplio, se las puede entender como la dinámica de las relaciones sociales en general, las cuales, analizadas en profundidad, son prácticamente ininteligibles sin el momento de donación que implica, aun en su más mínima expresión, toda relación humana” (opus cit., pág. 12).

Según autores como Francis Fukuyama, fundamentalmente en su libro Trust:  The Social Virtues and the Creation of Prosperity, la confianza es un presupuesto básico de las sociedades prósperas, sin la cual los contratos y el propio estado de Derecho se vacían de sustancia. La pertenencia de cada individuo a una totalidad social con la cual se identifica, hace posible el reconocimiento mutuo de cada persona  y de cada grupo social que aceita los avatares de la vida en sociedad más allá de las formalidades jurídicas.

Por su parte, Hoevel sostiene: “Dicho reconocimiento mutuo implicaría la salida de unas relaciones de subordinación paternalista en la que la reciprocidad es entendida como un don puramente unilateral al que se responde con fidelidad exclusiva, hacia unas relaciones de don o confianza mutuos basados en una fidelidad potencialmente inclusiva de todos los miembros, no sólo de una determinada sociedad, sino de toda la humanidad a cuya unidad las sociedades estaban tendencialmente llamadas a converger. Partiendo de esta intuición, parecería que estamos hoy en un momento crucial de ese pasaje, que en los últimos siglos ha ido recorriendo distintas etapas con dramáticos retrocesos pero que nuevamente presenta en nuestro tiempo una posibilidad de realización” (opus cit., pág. 23).



Comunión y utopía

Ante este inmenso panorama, de fuerte idealismo descriptivo, la primera pregunta que podría formular un administrador escéptico, o un ingeniero, o un empleado, o un emprendedor de raza sin demasiada formación  académica, es: ¿qué diferencia hace semejante cambio cultural? ¿Puede formularse un ejemplo concreto?  Un síntoma de este proceso de cambio de la cultura empresarial y, a la larga, de la sociedad toda, es el “ner Group”,  un conjunto empresarial del País Vasco.

Se trata de  “una organización de consultoría no tradicional, que acompaña la introducción del nuevo estilo de relaciones (ner) en empresas y otras organizaciones” (Lalanne, 2016, pág. 127). En su Book Review de Gestión de personas y conocimiento: Retos empresariales para el siglo XXI. El caso ner Group (2016) de María Álvarez Sainz y Kepa Xabier Apellaniz Valle (Universidad de El País Vasco), el doctor Andrés Lalanne ha identificado una muestra  representativa de qué cambio concreto pueden representar esta innovaciones empresariales: “el compromiso de  ‘no despido’, con reubicación de las personas en otra organización del ner Group” (opus cit., pág. 128).

Antes que imaginar nuevos reparos, provenientes de esos interlocutores escépticos que no meros expedientes retóricos, es importante dar nombres de empresas y algunas cifras sobre estas experiencias que parecen cambiar el ADN del capitalismo, desde adentro del sistema.   

En El precio de la gratuidad (2009), Cristina Calvo aportaba datos como los que siguen a continuación: en el banco rural filipino Kabayán “la mayoría de los accionistas adhieren a la economía de comunión” y el otorgamiento de microcréditos favoreció el nacimiento de 3.700 pequeñas empresas familiares.

El Consorcio de Cooperativas Sociales Roberto Tassano, en Liguria, norte de Italia, llegó a dar trabajo a más de 1000 personas desde el rol de “incubadora empresarial”.

Además, por esos años ya se habían  instalado “polos industriales” inspirados en la economía de comunión en lugares involuntariamente estratégicos, para mostrarse como paradigmas de innovación empresarial con sentido social: en Brasil el Polo Espartaco, una sociedad de 3000 miembros y nueve empresas, funciona en rubros tales como embalajes, plásticos, vestimenta, productos farmacéuticos, servicios educativos, médicos y de consultoría. También en Brasil, en el Estado de Cereá, al Nordeste, los funcionarios gubernamentales implementaron Programas de Desarrollo Humano  inspirados en la economía de comunión.

En Argentina, el Polo Solidaridad poseía entonces unas 35 hectáreas y desarrollaba  cultivo de hortalizas bajo invernadero, artesanía de hierro, apicultura, granos y biodiesel (Bruni & Calvo, 2009, pág. 233).

Más allá de estos casos específicos, la difusión mundial de la economía de comunión (denominación que como ya se habrá advertido cubre experiencias disímiles con ciertos denominadores comunes), en el año 2009 ascendía a 147 empresas comerciales, 188 del sector productivo y 400 del sector servicios, y ya era objeto temático de tesis doctorales  y congresos académicos (opus cit., pág. 232).

En 2017, Bruni y Grevin proporcionaban cifras más actualizadas de las experiencias empresariales duraderas de economía de comunión. Por ejemplo, en 2011 ya se habían consignado 1.800 empresas sustentables inequívocamente vinculadas a esta perspectiva, con todas sus variantes (Bruni & Grevi, 2017, pág. 52).


En concreto

Y de nuevo surge la duda: ¿de qué empresas estamos hablando concretamente?

Hacia 2017,  Bruni y Grevin hablan de 25 años en total del surgimiento del concepto de economía de comunión, con lo cual se puede estar haciendo referencia legítima a tres categorías de organizaciones: las que comparten utilidades, como el empresariado social  de tradición norteamericana; las que nacieron como respuesta a un problema social particular, como el de la necesidad de microcréditos, instrumento eficiente de inclusión y generación de soluciones para quienes están en la base de la pirámide (el caso más célebre es el modelo de organización financiera  de Yunus); en tercer lugar, emprendimientos más radicales en el sentido  de su ideal comunitario, y en esta categoría pueden encontrarse  muchas cooperativas y asociaciones.

Sintetizan los autores: “Hay por lo tanto múltiples maneras de vivir la economía de comunión, así como hay múltiples maneras  de ser empresa ‘social’, responsable o inclusiva. A las categorías tradicionales evocadas más arriba , habría que añadir las nuevas corrientes como la economía colaborativa o ‘economía de la compartición’ (sharing economy), la economía positiva, la economía inclusiva…[A la economía de comunión habría que] considerarla más bien como una experiencia que se ubica en la misma vasta corriente de todo lo que contribuye hoy a renovar desde adentro la economía” (Bruni & Grevin, 2017, pág. 63).

Esta barroca taxonomía recuerda la de las especies biológicas y su evolución. Pero todas esas variantes, se vinculen o no a la RSE, sean o no empresas sociales o empresas de comunión, ¿van más allá de un cambio de espíritu o intencionalidad con la cual se crean empresas? ¿Es un asunto meramente cultural o alguna postula un cambio político, es decir, sistémico? ¿Todas apuntan a cambios lentos y graduales? ¿Puede mencionarse a un autor que sugiera una mutación más vehemente o crítica del sistema capitalista? Ése es claramente el caso Christian  Felber  y  La economía del bien común (2014). El extenso subtítulo de la edición en español ya da cuenta de sus ambiciosas metas: “Un modelo económico que supera la dicotomía entre capitalismo y comunismo para maximizar el bienestar de la sociedad”.

De todas las obras aquí reseñadas, cuya persuasión surge de una peculiar mixtura de humanismo y afán solidario junto a un sólido aterrizaje empírico, Felber es el más utópico, o al menos el más arriesgado de todos los pensadores que sueñan con nuevos modelos de economía y empresas.
Sus 20 puntos básicos para la economía del bien común parecen un audaz programa político: acompañar el PBI como indicador de éxito con otro indicador: “el producto del bien común”; limitación por decisión democrática de las desigualdades de ingresos; creación de una “banca democrática” y “una cooperación monetaria mundial” con una moneda mundial; la Naturaleza tiene un valor propio y no puede ser propiedad privada, por lo tanto, se asignarán parcelas de tierra  para habitar y producir; se deberá mitigar la “huella ecológica”; y la democracia representativa será complementada con la democracia directa y participativa (Felber, 2014; págs. 260-267).

La inmensidad y la altura de su apuesta  son un fuerte incentivo para plantearse a fondo cómo hacer viables y razonables tantas audacias. Sin embargo, es difícil que el lector de Felber no sonría luego y se entusiasme con su irónico epígrafe  de La economía del bien común: “Siempre hay una alternativa. Para Margaret Thatcher y Angela Merkel”.



REFERENCIAS

BRUNI, Luigino; GREVIN, Anouk (2017). La economía silenciosa. Economía de comunión, empresas y capitalismo. Trad.  Honorio Rey y Alejandro Poirier. Editorial Ciudad Nueva, Buenos Aires.

BRUNI, Luigino; CALVO, Cristina  (2009)  El precio de la gratuidad. Nuevos horizontes  en la práctica económica. Editorial Ciudad Nueva, Buenos Aires.

FELBER, Christian (2014) La economía del bien común. Editorial Paidós. Buenos Aires. Fecha original de publicación: 2012.

HOEVEL, Carlos (2015). “La Economía del Don: modelos y realidades”, en Cuadernos de RSO (2015). Publicación interdisciplinaria sobre Responsabilidad Social de las Organizaciones. Universidad Católica del Uruguay. Facultad de Ciencias Empresariales Departamento de Ciencias de la Administración. Programa de Investigación sobre RSE Montevideo – Uruguay. Vol. 3 – Número 2. Diciembre 2015, págs.. 11-26.

LALANNE, Andrés (2016). Cuadernos de RSO. Vol. 4 - nº 2 2016 p. 127 – 128.

ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL DE ESTANDARIZACIÓN (2010). ISO 26000 Responsabilidad Social. http://www.iso.org/iso/iso_26000_project_overview-es.pdf

OPPENHEIMER, Andrés (2014). ¡Crear o morir! La esperanza de América Latina y las cinco claves de la innovación. Debate. Montevideo.

FUENTE: Este artículo fue publicado con el título “La economía silenciosa. ¿Hay otro capitalismo?” por Agustín Courtoisie, en Revista Relaciones Nro. 402, Noviembre de 2017, Montevideo, páginas 7 a 9.