¿HAY
OTRO CAPITALISMO?
Agustin Courtoisie
Agustin Courtoisie
En su libro ¡Crear o morir! (2014) el periodista Andrés Oppenheimer entrevistó a
Muhammad Yunus, creador del Grameen Bank, que se hizo célebre por conceder
microcréditos para personas de bajos recursos de manera sustentable. Ese
talentoso empresario declaraba entonces:
“Yo les digo a los empresarios que en vez de regalar dinero lo inviertan
en un negocio social, para que ese dinero haga el mismo trabajo social que
cuando uno hace una donación pero que se recicle. En obras de caridad el dinero
sale, hace un gran trabajo, pero no
vuelve”.
Esta
perspectiva es implícitamente crítica con las concepciones tradicionales
de Responsabilidad Social Empresarial, que tienden a hacer caridad (o marketing
del buen corazón) cuando la plata sobra. Pero eso no siempre ocurre y en todo
caso es un gesto voluntario, por fuera del núcleo del negocio. En cambio, los
“negocios sociales” instalan la
responsabilidad con la sociedad en el centro mismo de la empresa. Al igual que
el Grameen Bank, es similar el enfoque de Beatriz Pellizari, que diseña ropa
para discapacitados con su empresa Amagi y siguiendo el ejemplo de Yunus dice
que es una “empresa social”: tiene fines de lucro, paga sueldos pero no tiene
repartos de ganancia. Se reinvierte en el negocio para hacerlo crecer y genera
cadenas de valor con otras empresas sociales.
Los ejemplos de emprendimientos sociales
podría multiplicarse: el portal Duolingo del guatemalteco Luis von Ahn permite
aprender varios idiomas de forma gratuita, pero los estudiantes al mismo tiempo
generan traducciones mejores (a través de la inteligencia colaborativa) que las
de muchos traductores públicos y ello permite sustentarlo (Oppenheimer, 2014,
págs. 245-277).
En un sentido que sugiere fronteras o
vínculos con la filosofía social e incluso la economía política, las llamadas
economías del bien común han sentado precedentes interesantes a través de
ciertos libros que vale la pena conocer. Si el lector busca contenidos adultos
en literatura sobre empresas, que con demasiada frecuencia adopta el tono de
los libros de autoayuda o adhiere a pasajeras modas de la psicología y los
recursos humanos, un buen ejemplo de rigor académico lo constituye La economía silenciosa. Economía de
comunión, empresas y capitalismo (Ciudad Nueva, 2017) de Luigino Bruni y
Anouk Grevin.
Conviene aclarar desde el vamos que no se trata de piadosos
partidarios de utopías: “Actualmente son muchos los intelectuales que sueñan
una sociedad liberada de los mercados, de las empresas, de los bancos, para
volver a una economía de subsistencia (…) Nosotros no pertenecemos a esa
escuadra de detractores de la economía de mercado, porque pensamos que no se
puede imaginar una buena sociedad sin economía, sin una buena y justa economía”
(pág. 244). Repárese en el matiz del final de la frase: “sin una buena y justa
economía”.
Su punto de partida es inequívoco: “Las
empresas y los mercados son las formas de cooperación más altas y grandes que
la humanidad ha generado en la historia. Y cuando pensamos en la economía,
mientras vemos los daños que ella produce en el ambiente y a menudo también en
las personas más frágiles, no tenemos que olvidar nunca el espectáculo
extraordinario de creatividad y de excelencia que ofrecen las empresas y la vida económica” (pág. 243).
Las cuatro economías
De los muchos aportes de La economía silenciosa de Bruni y Grevin, señalemos primero su cuidadosa tarea para distinguir casos y su capacidad de no incurrir en inadecuadas generalizaciones. Otro aporte sustancial reside en su defensa, dentro del enorme abanico de opciones, de un nuevo tipo de empresa: la “empresa de comunión”. Dentro de esta perspectiva no se separa la moral de la vida de la empresa. Los autores advierten con sagacidad que hay una contradicción en los discursos de la “eficiencia” que pretenden divorciar esas dimensiones pero que luego no tienen más remedio que reincorporar ciertos elementos morales cuando sus líderes motivan al personal.
Es
entonces cuando utilizan “palabras típicas del ámbito familiar, de los
amigos, del registro de los ideales, de la ética de la espiritualidad”. En
particular, “se habla de estima, de mérito, de respeto, de pasión, de lealtad,
de fidelidad, de excelencia, de reconocimiento, de comunidad, muchas palabras
que activan en las personas las dinámicas aprendidas en la vida privada y
familiar” (pág. 162). Es decir, se echa en la teoría y por la puerta principal
la dimensión ética y social, que reingresa luego alegremente por la ventana de
la práctica de todos los días.
Bruni y Grevin explican muy
persuasivamente que existen cuatro “economías distintas” que debemos saber
identificar, “por más que quien diseña el erario, los incentivos, las políticas
industriales siga pensando que el capitalismo es uno solo” (pág. 17). La primera está compuesta por grandes empresas
como bancos, aseguradoras, fondos de inversión. Estas organizaciones suelen
vincularse a actividades fuera de la ley y eligen bien los lugares donde poner
la sede fiscal. “Este capitalismo produce también balances sociales pintados,
crea eficientes organizaciones filantrópicas, apoya con dosis homeopáticas de
sus ganancias incluso la investigación científica y social; pero su finalidad,
la única finalidad que las mueve es ganar todo el dinero posible en el menor
tiempo” (pág. 17).
Un segundo tipo de capitalismo es el de
“las empresas familiares, fábricas industriales, artesanales y muchas
agrícolas” (pág. 18). Un hecho esencial es que “detrás del proyecto de la
empresa hay aquí la presencia concreta de una persona y de una familia, que
marca una diferencia radical con el primer
capitalismo” (ibídem). No se trata de que este segundo tipo de organizaciones
siempre se gestione bien o respete siempre
lo ético o lo legal. Pero es otra cultura la que las anima: “la
presencia de una familia al frente de una empresa es a menudo garantía de que
los propietarios están interesados en durar en el tiempo” (pág. 19).
Después viene el llamado “tercer
sector”: “Es la economía cooperativa y social, de las organizaciones sin fines
de lucro, de la finanza territorial y ética, de muchas obras educativas y
asistenciales generadas por carismas religiosos, y de todo ese pulular de
actividades económicas de la sociedad civil organizada. Es la economía que
florece por ideales más grandes que la economía” (ibídem). Estas dos últimas
formas de capitalismo son las que “más están sufriendo por el deterioro del
capital de virtudes civiles de los fundadores, por la desaparición de saberes
artesanales, marinos, campesinos, y de su típica inteligencia y excelencia. El
primer capitalismo, en cambio, crece muy bien en los terrenos empobrecidos de humus civil” (págs. 19-20).
Por último una cuarta y novedosa forma
de capitalismo es la de la “economía del compartir” (sharing economy) que busca financiarse a través del crowdfunding de la red. “Es el
trabajo que está naciendo en el variado
mundo del consumo crítico, con mucha agricultura biológica de última
generación, donde cada vez con más
frecuencia el empresario agrícola suele ser una mujer joven, profesional, que
habla cuatro idiomas y comparte su tiempo entre el cuidado de la empresa y
vuelos internacionales” (pág. 20). Pero ya no es tan fácil reconocer las
múltiples formas de esta cuarta modalidad,
vinculada al arte, a los bienes
culturales, a la música o al cuidado de “antiguos molinos de agua restaurados
para producir energía, que crean trabajo, democracia y soberanía energética”
(ibídem).
Toda la descripción de esas cuatro formas
diferentes de “economía”, que nosotros habríamos denominado “organizaciones”
distintas dentro del capitalismo, apenas es un preámbulo para presentar el
núcleo duro de la propuesta de los
autores: la “economía de comunión”.
Ellos mismos señalan que podrían haberse mencionado también otras “economías”.
Por ejemplo: la economía criminal, la economía sumergida, “y sobre todo la
pública, que en Italia sigue siendo protagonista importante de nuestro sistema
–demasiado a menudo calificada siempre y solo como ineficiente, a menudo
víctima de las ideologías más que de las cuentas del balance–” (pág. 20).
¿Qué
es la RSE?
Procuremos retirarnos por unos segundos de esos detalles para obtener una visión más general. Las definiciones de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) o Responsabilidad Social Corporativa (RSC) varían de un autor a otro, o de un ámbito institucional a otro, entre los países y en función de las diversas culturas, pero la mayoría de las nociones involucradas son convergentes o complementarias: la búsqueda del “triple resultado” económico, social y ambiental.
Por ejemplo, el “Libro Verde” de la Comisión de la Unión Europea, Fomentar un marco europeo para la responsabilidad social de las empresas (2001) fue un hito en esa dirección. Según Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, ese documento buscaba encarar en forma simultánea un “triple balance económico, social y medioambiental que permitiera el avance en paralelo del crecimiento económico, la cohesión social y la protección del medio ambiente”.
Procuremos retirarnos por unos segundos de esos detalles para obtener una visión más general. Las definiciones de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) o Responsabilidad Social Corporativa (RSC) varían de un autor a otro, o de un ámbito institucional a otro, entre los países y en función de las diversas culturas, pero la mayoría de las nociones involucradas son convergentes o complementarias: la búsqueda del “triple resultado” económico, social y ambiental.
Por ejemplo, el “Libro Verde” de la Comisión de la Unión Europea, Fomentar un marco europeo para la responsabilidad social de las empresas (2001) fue un hito en esa dirección. Según Adela Cortina, catedrática de Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, ese documento buscaba encarar en forma simultánea un “triple balance económico, social y medioambiental que permitiera el avance en paralelo del crecimiento económico, la cohesión social y la protección del medio ambiente”.
Por su parte, la
Organización Internacional del Trabajo: “La responsabilidad social de la
empresa (RSE) es el reflejo de la manera en que las empresas toman en
consideración las repercusiones que tienen sus actividades sobre la sociedad, y
en la que afirman los principios y valores por los que se rigen, tanto en sus
propios métodos y procesos internos como en su relación con los demás actores.
La RSE es una iniciativa de carácter voluntario y que sólo depende de la
empresa, y se refiere a actividades que se considera rebasan el mero cumplimiento
de la legislación” (OIT, 2006).
Para quienes se acercan por
primera vez a estos temas, tanto como para quienes los retoman después de dilatados
períodos de lecturas sobre ética empresarial y modelos políticos, las variantes,
las denominaciones y los pretendidos matices clasificatorios, resultan todos un tanto bizantinos. Por
ejemplo, se ha afirmado: “Los ‘amigos’ clásicos de la economía del bien común
son la economía solidaria, el bien comunal (‘commons’), la democracia
económica, la subsidiariedad económica, la economía del don (o economía del
regalo) o la economía de decrecimiento, sólo por nombrar algunos” (Felber,
2014, pág. 17). Agrega el mismo autor con mucha sensatez: “No tendría ningún
sentido que se impusiese un modelo sobre los demás” (ibídem).
¿A qué apuestan?
En realidad, lo que distingue a todas las experiencias organizacionales innovadoras respecto del modelo de lucro minoritario y propiedad privada a rajatabla, es la formidable apuesta a un cambio cultural. Transformación ésta de alcance antropológico y social que es a la vez una pre-condición del eficaz funcionamiento futuro y un generador incremental de nuevas cosmovisiones de los vínculos humanos.
En realidad, lo que distingue a todas las experiencias organizacionales innovadoras respecto del modelo de lucro minoritario y propiedad privada a rajatabla, es la formidable apuesta a un cambio cultural. Transformación ésta de alcance antropológico y social que es a la vez una pre-condición del eficaz funcionamiento futuro y un generador incremental de nuevas cosmovisiones de los vínculos humanos.
Ese énfasis culturalista –en un sentido no excluyente de la dimensión
legal o de las reglas de la economía–, es destacado en forma adecuada por el
doctor en filosofía Carlos Hoevel (UCA, Argentina): “En tal sentido, las
sociedades prósperas en el largo plazo son aquellas basadas en amplios círculos
de relaciones de reciprocidad en las que los individuos arriesgan o donan algo
de lo suyo –en especial su confianza- con la expectativa de que quienes reciban
el favor, volverán a repetir la misma operación con otros y, finalmente, esta
dinámica terminará también favoreciendo al propio donante, quien se siente
parte de esta suerte de ‘cadena de favores’ formada por los acciones recíprocas
de todos los miembros de la sociedad, no al modo de una campaña de acción colectiva
o solidaria planificada, sino en la manera espontánea y cotidiana de una
práctica habitual” (Hoevel, 2015, pág.
11).
Hoevel es elocuente cuando señala el núcleo duro de esta idea,
enrarecida un poco por la terminología pintoresca si se la mira desde el ámbito
de la administración o la contabilidad
(“don”, “regalo”, “reciprocidad”, “cadena de favores”).
Acá lo que hay, en el fondo, es una cuestión de cultura y de valores de
una sociedad: “Hablar de una ‘economía del don’ puede de esta manera
interpretarse en dos sentidos fundamentales. Por un lado, como las relaciones
de confianza, reciprocidad y donaciones estrictamente entendidas que existen dentro
de la economía e incluso, en medio de las relaciones de mercado. Por otro lado,
en un sentido mucho más amplio, se las puede entender como la dinámica de las
relaciones sociales en general, las cuales, analizadas en profundidad, son
prácticamente ininteligibles sin el momento de donación que implica, aun en su
más mínima expresión, toda relación humana” (opus cit., pág. 12).
Según autores como Francis Fukuyama, fundamentalmente en su libro Trust: The Social Virtues and the Creation of
Prosperity, la confianza es un presupuesto básico de las sociedades
prósperas, sin la cual los contratos y el propio estado de Derecho se vacían de
sustancia. La pertenencia de cada individuo a una totalidad social con la cual
se identifica, hace posible el reconocimiento mutuo de cada persona y de cada grupo social que aceita los
avatares de la vida en sociedad más allá de las formalidades jurídicas.
Por su parte, Hoevel sostiene: “Dicho reconocimiento mutuo implicaría
la salida de unas relaciones de subordinación paternalista en la que la
reciprocidad es entendida como un don puramente unilateral al que se responde
con fidelidad exclusiva, hacia unas relaciones de don o confianza mutuos
basados en una fidelidad potencialmente inclusiva de todos los miembros, no
sólo de una determinada sociedad, sino de toda la humanidad a cuya unidad las
sociedades estaban tendencialmente llamadas a converger. Partiendo de esta
intuición, parecería que estamos hoy en un momento crucial de ese pasaje, que
en los últimos siglos ha ido recorriendo distintas etapas con dramáticos
retrocesos pero que nuevamente presenta en nuestro tiempo una posibilidad de
realización” (opus cit., pág. 23).
Comunión y utopía
Ante este inmenso panorama, de fuerte idealismo descriptivo, la primera
pregunta que podría formular un administrador escéptico, o un ingeniero, o un
empleado, o un emprendedor de raza sin demasiada formación académica, es: ¿qué diferencia hace semejante
cambio cultural? ¿Puede formularse un ejemplo concreto? Un síntoma de este proceso de cambio de la
cultura empresarial y, a la larga, de la sociedad toda, es el “ner Group”, un conjunto empresarial del País Vasco.
Se trata de “una organización de
consultoría no tradicional, que acompaña la introducción del nuevo estilo de
relaciones (ner) en empresas y otras organizaciones” (Lalanne, 2016, pág. 127).
En su Book Review de Gestión de personas y conocimiento: Retos empresariales
para el siglo XXI. El caso ner Group (2016) de María Álvarez Sainz y Kepa
Xabier Apellaniz Valle (Universidad de El País Vasco), el doctor Andrés Lalanne
ha identificado una muestra
representativa de qué cambio concreto pueden representar esta innovaciones
empresariales: “el compromiso de ‘no
despido’, con reubicación de las personas en otra organización del ner Group”
(opus cit., pág. 128).
Antes que imaginar nuevos reparos, provenientes de esos interlocutores
escépticos que no meros expedientes retóricos, es importante dar nombres de
empresas y algunas cifras sobre estas experiencias que parecen cambiar el ADN
del capitalismo, desde adentro del sistema.
En El precio de la gratuidad (2009), Cristina Calvo aportaba
datos como los que siguen a continuación: en el banco rural filipino Kabayán
“la mayoría de los accionistas adhieren a la economía de comunión” y el
otorgamiento de microcréditos favoreció el nacimiento de 3.700 pequeñas
empresas familiares.
El Consorcio de Cooperativas Sociales Roberto Tassano, en Liguria,
norte de Italia, llegó a dar trabajo a más de 1000 personas desde el rol de
“incubadora empresarial”.
Además, por esos años ya se habían instalado “polos industriales” inspirados en
la economía de comunión en lugares involuntariamente estratégicos, para
mostrarse como paradigmas de innovación empresarial con sentido social: en
Brasil el Polo Espartaco, una sociedad de 3000 miembros y nueve empresas,
funciona en rubros tales como embalajes, plásticos, vestimenta, productos
farmacéuticos, servicios educativos, médicos y de consultoría. También en
Brasil, en el Estado de Cereá, al Nordeste, los funcionarios gubernamentales
implementaron Programas de Desarrollo Humano
inspirados en la economía de comunión.
En Argentina, el Polo Solidaridad poseía entonces unas 35 hectáreas y
desarrollaba cultivo de hortalizas bajo
invernadero, artesanía de hierro, apicultura, granos y biodiesel (Bruni &
Calvo, 2009, pág. 233).
Más allá de estos casos específicos, la difusión mundial de la economía
de comunión (denominación que como ya se habrá advertido cubre experiencias
disímiles con ciertos denominadores comunes), en el año 2009 ascendía a 147
empresas comerciales, 188 del sector productivo y 400 del sector servicios, y
ya era objeto temático de tesis doctorales
y congresos académicos (opus cit., pág. 232).
En 2017, Bruni y Grevin proporcionaban cifras más actualizadas de las
experiencias empresariales duraderas de economía de comunión. Por ejemplo, en 2011
ya se habían consignado 1.800 empresas sustentables inequívocamente vinculadas
a esta perspectiva, con todas sus variantes (Bruni & Grevi, 2017, pág. 52).
En concreto
Y de nuevo surge la duda: ¿de qué empresas estamos hablando
concretamente?
Hacia 2017, Bruni y Grevin
hablan de 25 años en total del surgimiento del concepto de economía de
comunión, con lo cual se puede estar haciendo referencia legítima a tres
categorías de organizaciones: las que comparten utilidades, como el
empresariado social de tradición norteamericana;
las que nacieron como respuesta a un problema social particular, como el de la
necesidad de microcréditos, instrumento eficiente de inclusión y generación de
soluciones para quienes están en la base de la pirámide (el caso más célebre es
el modelo de organización financiera de
Yunus); en tercer lugar, emprendimientos más radicales en el sentido de su ideal comunitario, y en esta categoría
pueden encontrarse muchas cooperativas y
asociaciones.
Sintetizan los autores: “Hay por lo tanto múltiples maneras de vivir la
economía de comunión, así como hay múltiples maneras de ser empresa ‘social’, responsable o
inclusiva. A las categorías tradicionales evocadas más arriba , habría que
añadir las nuevas corrientes como la economía colaborativa o ‘economía de la
compartición’ (sharing economy), la economía positiva, la economía
inclusiva…[A la economía de comunión habría que] considerarla más bien como una
experiencia que se ubica en la misma vasta corriente de todo lo que contribuye
hoy a renovar desde adentro la economía” (Bruni & Grevin, 2017, pág. 63).
Esta barroca taxonomía recuerda la de las especies biológicas y su
evolución. Pero todas esas variantes, se vinculen o no a la RSE, sean o no
empresas sociales o empresas de comunión, ¿van más allá de un cambio de
espíritu o intencionalidad con la cual se crean empresas? ¿Es un asunto
meramente cultural o alguna postula un cambio político, es decir, sistémico?
¿Todas apuntan a cambios lentos y graduales? ¿Puede mencionarse a un autor que
sugiera una mutación más vehemente o crítica del sistema capitalista? Ése es
claramente el caso Christian Felber y La economía del bien común (2014). El
extenso subtítulo de la edición en español ya da cuenta de sus ambiciosas
metas: “Un modelo económico que supera la dicotomía entre capitalismo y
comunismo para maximizar el bienestar de la sociedad”.
De todas las obras aquí reseñadas, cuya persuasión surge de una
peculiar mixtura de humanismo y afán solidario junto a un sólido aterrizaje
empírico, Felber es el más utópico, o al menos el más arriesgado de todos los
pensadores que sueñan con nuevos modelos de economía y empresas.
Sus 20 puntos básicos para la economía del bien común parecen un audaz
programa político: acompañar el PBI como indicador de éxito con otro indicador:
“el producto del bien común”; limitación por decisión democrática de las
desigualdades de ingresos; creación de una “banca democrática” y “una
cooperación monetaria mundial” con una moneda mundial; la Naturaleza tiene un
valor propio y no puede ser propiedad privada, por lo tanto, se asignarán
parcelas de tierra para habitar y
producir; se deberá mitigar la “huella ecológica”; y la democracia
representativa será complementada con la democracia directa y participativa
(Felber, 2014; págs. 260-267).
La inmensidad y la altura de su apuesta
son un fuerte incentivo para plantearse a fondo cómo hacer viables y
razonables tantas audacias. Sin embargo, es difícil que el lector de Felber no
sonría luego y se entusiasme con su irónico epígrafe de La economía del bien común: “Siempre
hay una alternativa. Para Margaret Thatcher y Angela Merkel”.
REFERENCIAS
BRUNI, Luigino; GREVIN, Anouk (2017). La economía silenciosa. Economía de comunión, empresas y capitalismo. Trad. Honorio Rey y Alejandro Poirier. Editorial Ciudad Nueva, Buenos Aires.
BRUNI, Luigino; CALVO, Cristina (2009) El precio de la gratuidad. Nuevos horizontes en la práctica económica. Editorial Ciudad Nueva, Buenos Aires.
FELBER, Christian (2014) La economía del bien común. Editorial Paidós. Buenos Aires. Fecha original de publicación: 2012.
HOEVEL, Carlos (2015). “La Economía del Don: modelos y realidades”, en Cuadernos de RSO (2015). Publicación interdisciplinaria sobre Responsabilidad Social de las Organizaciones. Universidad Católica del Uruguay. Facultad de Ciencias Empresariales Departamento de Ciencias de la Administración. Programa de Investigación sobre RSE Montevideo – Uruguay. Vol. 3 – Número 2. Diciembre 2015, págs.. 11-26.
LALANNE, Andrés (2016). Cuadernos de RSO. Vol. 4 - nº 2 2016 p. 127 – 128.
ORGANIZACIÓN INTERNACIONAL DE ESTANDARIZACIÓN (2010). ISO 26000 Responsabilidad Social. http://www.iso.org/iso/iso_26000_project_overview-es.pdf
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HOEVEL, Carlos (2015). “La Economía del Don: modelos y realidades”, en Cuadernos de RSO (2015). Publicación interdisciplinaria sobre Responsabilidad Social de las Organizaciones. Universidad Católica del Uruguay. Facultad de Ciencias Empresariales Departamento de Ciencias de la Administración. Programa de Investigación sobre RSE Montevideo – Uruguay. Vol. 3 – Número 2. Diciembre 2015, págs.. 11-26.
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http://www.ilo.org/inform/online-information-resources/research-guides/corporate-social-responsibility/lang--es/index.htm
OPPENHEIMER, Andrés (2014). ¡Crear o morir! La esperanza de América Latina y las cinco claves de la innovación. Debate. Montevideo.
FUENTE: Este
artículo fue publicado con el título “La economía silenciosa. ¿Hay otro capitalismo?”
por Agustín Courtoisie, en Revista Relaciones Nro. 402, Noviembre de 2017, Montevideo,
páginas 7 a 9.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional.